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miércoles, 21 de mayo de 2008

La libertad de los malhechores


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La libertad de los malhechores

JUAN MANUEL DE PRADA

LIBERTAD: he aquí la palabra predilecta de los malhechores. Puede que
la libertad sea el mayor bien en manos de hombres de bien; pero,
desde
luego, el mayor mal del mundo es la libertad en manos de malhechores
y
gente corrompida. En su opúsculo «Esencia del liberalismo», el gran
Leonardo Castellani lo explica de forma preclara: «La palabra
libertad,
si no se le añade para qué, es una palabra sin contenido (...). Un
jefe
socialista del siglo pasado, el judío alemán Bernstein, dijo: «Poco
importa hacia dónde vamos, lo que importa es el movimiento, porque la
libertad es un movimiento...» Es una bobada filosófica: la libertad
no
es propiamente un movimiento, sino un poder moverse solamente; y en
el
moverse lo que importa es Hacia Dónde; lo que determina el movimiento
-
dicen los filósofos- y lo hace chico o grande, bueno o malo, es el
término dónde». De lo cual se desprende que una libertad que no sabe
hacia dónde va es peor que la ausencia de libertad, del mismo modo
que
la sofística es peor que la ausencia de filosofía o la superstición
es
peor que la ausencia de religión.
La libertad se ha convertido en el talismán más invocado de nuestra
época. Falta saber, sin embargo, si quienes lo enarbolan no serán
malhechores y gente corrompida. Y, para averiguarlo, basta con que
nos
preguntemos: «Libertad, ¿para qué?». Ejemplificaremos nuestro aserto
con un caso que en estos días propicia ríos de tinta; un caso en
apariencia frívolo que, sin embargo, nos ilustra cómo la libertad
suele
ser el talismán invocado por los malhechores. Telma Ortiz, la hermana
de la princesa Letizia, solicitó amparo judicial contra los
persecutores y allanadores de su intimidad; pero su solicitud ha sido
desestimada. De inmediato, cierta prensa ha calificado esta
resolución
judicial como una victoria de la «libertad de expresión». Pero
libertad
de expresión, ¿para qué? La libertad de expresión no es un bien
jurídico que deba protegerse per se; hace falta saber para qué se
solicita libertad de expresión: pues, si se solicita para un fin
ilícito, tal libertad no merecería protección, sino castigo. En el
caso
concreto que nos ocupa, una jueza ha reconocido libertad de expresión
para convertir en un infierno la existencia de una persona, libertad
de
expresión para husmear en su intimidad, libertad de expresión para
acosarla en el instante mismo en que sale por la puerta de su casa,
libertad de expresión para amargarle un paseo por el parque con su
novio y con su hija. Los malhechores que invocan la «libertad de
expresión» sustituyen este para qué inmediato por un para qué
mediato,
y mencionan campanudamente el «derecho a la información» que asiste a
los individuos en las sociedades libres. ¿Libres para qué?, volvemos
a
preguntarnos. Libres para chapotear en el fango de la más indecente
curiosidad, libres para escudriñar morbosamente la vida del prójimo,
libres para aliviar sus frustraciones desvalijando intimidades
ajenas.
La idolatría de la libertad ha propiciado la conversión de cada
hombre
en un caprichoso caudillito, un chiquilín agitado e irresponsable que
demanda la satisfacción de sus instintos más bajos como si tal
satisfacción fuese una exigencia de la libertad. Naturalmente, al
satisfacerse esa demanda no se logra conquista alguna de la libertad,
pues la libertad desnortada sólo engendra esclavitud; pero eso es lo
que los malhechores anhelan: gente esclavizada por sus caprichos y
morbosidades, por sus instintos más bajos; gente, en fin, corrompida
como ellos mismos... que les permite lucrarse.
Una jueza acaba de dictaminar que es posible atropellar la intimidad
de una persona, por el hecho de que sea notoria. Que tal atropello se
intente justificar invocando una inexistente libertad de expresión
nos
sirve para confirmar el aserto con el que iniciábamos este artículo:
el
mayor mal del mundo es la libertad en manos de malhechores y gente
corrompida. Antaño, la misión de la justicia consistía en corregir o
anular la libertad de los malhechores, para que no dañasen a nadie.
Pero héte aquí que la justicia de nuestra época subvierte su misión y
permite a los malhechores ejercer una libertad sin preguntarse para
qué
se ejerce, o aceptando que tal libertad pueda ejercerse incluso para
dañar la intimidad de una persona. Estamos en manos de malhechores,
libérrimos malhechores bendecidos por una justicia corrompida.

www.juanmanueldeprada.com
 http://www.abc.es/20080517/opinion-firmas/libertad-
malhechores_200805170252.html














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