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lunes, 26 de mayo de 2008

En la Octava del Corpus Christi: El Pan de mamá...

Hubo un caso durante la Primera Guerra Mundial que se hizo célebre en todos
los periódicos italianos.

Un  muchacho había sido herido de gravedad en el frente de batalla. Avisada
la familia, el padre se puso inmediatamente en camino y se fue lejos, donde
su hijo, hospitalizado, se debatía entre la vida y la muerte.

Eran de familia campesina, y todo lo que el padre pudo llevar al hijo eran
cosas de la casa. El muchacho no reaccionaba. No había modo de que comiera.
Sin embargo, el padre le alargó un trozo de pan, diciéndole: - Toma, es pan
de mamá. El que hace ella siempre en casa. Come, que te irá bien.

El muchacho emocionado repetía: - ¡Ah¡ Es el pan de mamá, el pan de mamá...
Un bocadito, otro bocadito, un poco más... Lo comió todo y al poco tiempo su
curación fue total.

¡Ah¡ Es el pan de mamá¡... El recuerdo del ser más querido hace prodigios en
nuestras vidas.  El pan amasado por las manos de mamá tiene un sabor
diferente a cualquier otro pan.

El pan que se comió el muchacho moribundo era un pan como el de las demás
casas campesinas de la región. Pero, al comerlo, le vino a la mente toda
aquella solicitud que la mamá querida ponía en todo lo que ella hacía por
los hijos.  No le salvó la vida el pan, sino el amor con que la mamá hacía
el pan...

María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en su
vientre, ha puesto también todo su Corazón de Madre cuando nos da Jesús a
cada uno de nosotros.

Así lo expresó, con belleza inigualable, San Juan de Ávila, uno de los
clásicos de nuestra lengua:

- Allí está el manjar en el Altar; la Santísima Virgen es la que nos lo
guisó, y por ser ella la guisandera, se le pega más el sabor al manjar,
aunque Él es de por sí dulce y sabroso y pone gran codicia de comerlo.

Nosotros, al recibirlo hoy, sobretodo en la Eucaristía, nos vamos repitiendo
el estribillo del soldadito italiano casi muerto, ¡Ah¡, es el Pan de mamá,
el Pan de mamá.

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